Elvia María González Agudelo
Doctora
en ciencias pedagógicas
Profesora
titular UdeA
Dictar clase es una expresión
de uso común entre los profesores, se pronuncia casi inconscientemente en el
lenguaje cotidiano, a veces hasta irónicamente se lleva al significado de dictadura
de clases. ¿De dónde proviene esta expresión? Tal vez del método
escolástico, desde los inicios de la edad media, donde el proceso de enseñanza
consagró tres momentos claramente diferenciados la Lectio, la quaestio
y la disputatio. En la lectio el
profesor les dictaba a
los estudiantes los libros clásicos, explicaba ciertas partes
difíciles; los discípulos, en un primer momento debían repetir de memoria los
dictados, luego en la quaestio, el mismo profesor o
un sofista enseñaba el arte del debate basado en la
dialéctica, unas veces para distinguir la verdades del error, otras solo para
persuadir, pero siempre para perfeccionar la elocuencia en la
oratoria y la argumentación; este ejercicio preparaba al profesor para su
participación en la disputatio, debates públicos entre
los profesores, por navidad y pascua, sobre temas de interés universal
convirtiéndose, en ocasiones, en verdaderas investigaciones, que daban como
resultado la escritura de los libros denominados Summae. A
estas disputatio, los estudiantes solo eran invitados a escuchar.
Pero se inventó la imprenta en el siglo XV y
revolucionó la educación, se imprimieron los libros en grandes
cantidades, las bibliotecas se expandieron, los jesuitas propagaron un
sistema educativo para todos, Comenio se atrevió a prometer enseñar todo a
todos y, con el devenir de los años, se pasó de la lección donde se dictaba al
seminario, donde el alumno pasó de ser un escribiente a ser un lector. En
el seminario los estudiantes leen antes de la clase, escriben por sus propios
medios relatorías y protocolos, investigan para debatir a profundidad con el
profesor, no para solo escuchar y repetir. Pero aún dictamos clase y si
el estudiante no trajo su relatoría pues ¿qué hacemos? Dictar clase…
Y
desde el siglo XX llegaron las TIC, subvirtiendo los ambientes de aprendizaje,
el espacio, el tiempo, el grupo y los contenidos vienen
cambiando. Ahora el espacio es virtual, el tiempo es múltiple, el
grupo puede dispersarse en todo el mundo y los contenidos, ya están ahí, en la
nube con acceso abierto, multitud de opciones, videos, textos, audios, en todos
los idiomas y en todas las culturas. Los estudiantes pueden acceder a los
contenidos cuando lo desee, ahí están, en la nube, casi
atemporales. El saber ya no está en los profesores, la cultura se
registra en la nube, los currículos ya no son contenidos, son la cultura que se
pasea por las instituciones educativas, la escuela ha de estar en la vida, por
ello hoy los currículos deben problematizarse y desarrollarse con didácticas
basadas en proyectos, saber de dónde partimos pero no a donde llegaremos… y los
profesores siguen dictando clase.
Pero en el siglo XXI llegó la
pandemia y todo cambió. Casi todos usaban las tecnologías por
entretenimiento y ahora que son indispensable para seguir trabajando, nos damos
cuenta que muchos profesores y estudiantes no tiene aparatos digitales de última
generación, no tienen conectividad, no están capacitados en estrategias
didácticas innovadoras y, además le temen al cambio. Se abre aún más la
brecha entre lo público y lo privado, y se hace conciencia sobre las
tecnologías digitales como un derecho para llevar a cabo la educación pues es
un medio indispensable, no como dotación para un espacio físico institucional
sino para cada estudiante y para cada profesor como seres individuales que son;
también, es necesaria la conectividad, sin lo uno y lo otro, hay
una incidencia negativa en el acceso, en tanto igualdad y en la adaptabilidad,
en cuanto la permanencia, factores que influyen en la calidad; es
decir, para esta nueva realidad que nos circunda la tecnología se convierte en
un derecho. Nadie debe quedarse atrás.
Pero ante la pantalla encendida del ordenador ¿qué hace el profesor?